28 oct 2011

Por fin el Visado

Ya he ido a la Embajada de Costa de Marfil, que se encuentra en el barrio Aci 2000, para solicitar el visado de entrada y no ha sido un procedimiento tan sencillo como en las embajadas de los otros países donde los he pedido. Requisito fundamental es tener reservada una habitación en un hotel sin importar la cantidad de noches a pernoctar. Lo importante es que haya donde pasar las primeras noches. Pero sólo los hoteles más caros realizan reservas por Internet, pagando con tarjeta. Para realizar el viaje sin la obligación de dormir en este tipo de hoteles habría luego que cancelar la reserva y conseguir que devuelvan el importe facturado, sin penalización alguna. De esta manera se puede conseguir una copia escrita que acredite la reserva para así engañar a la embajada y realizar el viaje. Tardé toda una tarde pegado al ordenador para poder encontrar un hotel que me enviara un Certificado de Reserva Confirmada. Y por la manera que Patrick, el propietario del hotel Bellecôte, me escribió el correo, estaba claro que sabía “lo que yo quería”. Por eso, luego, no se molestó en contestarme cuando le agradecí su pronta respuesta, y mi intención de anular esa reserva. En dos días (jueves + viernes) tenía sellado el visado. Suelen tardar tres. Posiblemente al ser fin de semana no querrían tener documentaciones retenidas en la oficina y la mía sería tramitada como Express. El importe a pagar es de los más caros de África: 60.000cfa (cerca de 90€). Respuestas convincentes a varias preguntas y mil vueltas a la documentación presentada fue suficiente para persuadir al secretario de la embajada de “mis buenas intenciones en el país”. Por otro lado, tampoco me dieron ningún tipo de consejos sobre que ruta debía tomar una vez entrado en el país. Esto indica, indudablemente, la calma que se vive en el país, una vez concluida la guerra que tanto daño ha hecho a Costa de Marfil.
La caótica y sucia estación principal de guaguas se encuentra a seis kilómetros al sur del centro, en el barrio de Songoninko, y el resto de compañías importantes de transporte están esparcidas por la avenida que pasa por allí. El minibús (Sotrama) o bâchée que para justo en frente cuesta 150cfa y los taxis compartidos 200cfa. O sin contador entre 1.000/2.000cfa, el trayecto no muy largo.
Pasear por el polucionado centro, en la cara norte del río Níger, es bastante sencillo y hay muchos lugares que visitar, como el Museo Nacional y sus Jardines que estos días están montando la exposición anual de fotografía, el Grand Marché lleno de frenética actividad sobre todo en las calles adyacentes, el Punto G, una colina rodeada de gran vegetación con unas fabulosas vistas sobre la ciudad, a la cual no subí, la Catedral de piedra de arenisca o la Gran Mezquita.
Una ciudad muy tranquila y segura en la que comer en los puestitos callejeros se hizo mi asidua práctica. Los precios muy económicos y la calidad bastante óptima, con productos frescos como pescado o ensaladas, al igual que por todo el país. Sin embargo, pasear por la noche lo estoy viendo aún más seguro y placentero pues a menos tráfico, menos gente, menos ruidos y el ambiente como más limpio. Todo el mundo va a lo suyo y en ningún momento me he sentido intranquilo. He recorrido diferentes calles con muy poca luz y lo que ha prevalecido son los vecinos en las puertas de sus casas charlando o igualmente paseando.

27 oct 2011

En la Capital Musical de África

La hora de salida de la guagua estaba programada para las 7:30 pero al final salimos a las 8. Apenas se había llenado, y eso me extrañó muchísimo. Era la primera vez que veía un vehículo de transporte de pasajeros partir con tan poca gente, pero la sorpresa se eclipsó en el momento que realizó la primera parada a pocos minutos de salir para que subieran varios pasajeros. Es normal que la gente evite el pateo de varios centenares de metros hasta la estación y espere en un lado de la calle a que pase la guagua para pararla y subir. Así fue durante todo el trayecto mientras salíamos de Segou. Incluso en muchas de las ciudades y pueblos que pasábamos.
Llegamos a medio día a la estación de guaguas de Songoniko en Bamako, que se encuentra bastante alejado del centro. Ya era demasiado tarde para ir directamente a la embajada de Costa de Marfil, que cierra a las 12:30 la recogida de pasaportes y documentación. Tres días parece ser que son necesarios para los trámites. Tendré que dejarlo para mañana a primera hora. Desde allí, un taxi me llevó hasta el Centro Cultural Francés por 1.000cfa, tras luchar muy poco por el precio pues el taxista debía volver para llevar unos documentos a una oficina y de esta manera se ganaría algo conmigo. Esta vez me cuadró. Lo que yo no sabía es que por 200cfa los minibuses que paran al lado, en el arcén de la autovía, llevan hasta el centro, pero hasta que no me habitúe a los movimientos por la ciudad, esto no me será fácil de aprender. Tendré que visitar la oficina de turismo para conseguir un mapa e información de las rutas que toman los diferentes transportes de esta ciudad.
A pocos metros, por una de las calles transversales, se encuentra el Albergue Lafía (10.000cfa), que por su céntrica localización y buen precio he elegido para pasar estos días en la capital. Se trata de una casa familiar que han adaptado tres habitaciones de la planta baja para alquilar, con cuarto de baño comunal en el pasillo. La entrada no está señalada en la calle y es un patio interior que corresponde también a varias casas familiares donde todos hacen sus hábitos. Un televisor hace de punto de encuentro de los vecinos al anochecer. Es bastante acogedor y la gente muy amable.
Aprovecharé el fin de semana que, como todos, hay cantidad de movida musical para acercarme primeramente al Centro Cultural, para asistir el viernes a un concierto en la sala de actuaciones de Vieux Farka Touré, el hijo del prestigioso Alí Farka Touré, que parece ser es bastante bueno también.

El viernes y sábado habrá fiesta de la cerveza en el Carrefour des Jeunes, algo más arriba, una especie de comunidad de jóvenes artistas donde realizan cantidad de actos y exposiciones muy a menudo. Habrá actuaciones musicales y bailes tradicionales. Y cerveza barata!!. El sábado también iré a la Maison des Jeunes por la noche, algo cerca de aquí, a ver la presentación del grupo Bwanzan de danza tradicional Bobo y Bamanan, que ha recibido muy buena crítica como grupo joven revelación de la música tradicional.
Esto promete…

26 oct 2011

Días de Mercado

Los mercados, vibrantes, coloridos, enérgicos y numerosos son el lugar de encuentro semanal principalmente de mujeres donde comercian, mantienen vivas las relaciones sociales, se evaden de la rutina del pueblo y en la mayoría de los casos del dominio machista impuesto en casi todos los casos por los hombres de la familia. Sentadas en banquetas o en el suelo exponen sus heterogéneas mercancías sobre telas, sacos de arpilleras trenzadas, alguna mesa improvisada, o las más afortunadas bajo los tradicionales puestos de madera y rafia. Otras, tan sólo con unas desojadas lechuguillas, un puñadito de tomates o algunos pocos pimientos "jillaos" a causa del aplastante sol, colocados simétricamente pues creen que de esa manera "le puede dar suerte", ya que es lo único que habrán podido cosechar en ese momento esperan impasiblemente poder venderlos y ganar unas pocas monedas con la que poder comprar otra cosa que le haga falta para llevar a casa.
Pero también es el día de los hombres encargados de vender tanto sus animales (cabras, ovejas, camellos, toros, vacas...), como de los trabajos artesanales (bisutería, zapatería o sastrería), o bajo toldos donde realizan y exponen toda una amalgama de tejidos estampados en llamativos colores, trajes tradicionales o de moda, camisas y faldas que pueden confeccionar en prácticamente una hora.
Es un encuentro que se puede convertir en fructífero si la mercancía que se expone está económicamente al alcance de todo el mundo. Pero no es lo mismo un gran edificio repleto de mercaderes que pagan una cuota mensual por su puesto y abren todos los días para conseguir mantener a sus familias, que esta romería semanal en la cual lo principal es relacionarse con todos. Estos mercadillos hacen también las veces de “correveidile”, muertes, nacimientos, cobro de viejas deudas… Cada mercadillo tiene sus normas. Nada se hace al trancazo. La carne y el pescado “fresco”, incluso coleando -siempre habrá alguien que agite el agua del caldero para que se oxigene y vivan mas tiempo los peces- se agrupan en los lugares sombreados. El ahumado, mayoritario en África, donde la electricidad y, por tanto, los frigoríficos todavía son un lujo alcance de muy pocos, se amontonan en canastas sorprendentemente inodoras. Las piezas de cordero y buey, cuelgan sin cabeza ni tripas o ya troceados sobre una mesa de madera o una plancha oxidada. Muchos clientes serán los mismos comerciantes que un poco más allá exponen también sobre oxidadas parrillas de chapas de vehículos los pinchos de carne prestos para ser devorados por los asistentes al evento. O los mismos mercaderes que tendrán que pasar toda el día a la espera de vender sus mercancías.
Las mujeres se encargan de hacer la comida en calderos, mayoritariamente chinos, sobre un puñado de gruesas ramas: arroz, judías, carne o pescado en salsa, cous-cous de manioca, la pâte o foufou
Y en los lugares más expuestos al aplastante sol están los puestecitos de condimentos en polvo o troceados: Guindillas, Clavos, Jengibre, Especias, Aceites y Mantequilla de Cacahuete, Salsas picantes, Bolas negras de irreconocible composición (la original pastilla Magi africana) que darán sabor a las comidas... Las enormes cáscaras de calabazas africanas hacen de recipientes ligeros y barato válido para todo: grande, es una palangana para la mantequilla de karité, granos de mijo, arroces… Mediano, para beber el chukoutou o cerveza local, leche de cabra.... Y pequeña para usarse como cuchara. Esta obra artesanal compite hoy día con las coloridas y baratas palanganas de plástico chino que inunda irremediablemente todos los mercados “del mundo”. Igualmente los puestos de artículos de fabricación china. Innumerables productos que tanto daño está haciendo a los objetos tradicionales que se están dejando de hacer debido a los irrisorios precios de venta y que comparado con la cantidad de horas que lleva para su fabricación no merece la pena trabajarlos.
Los puestos de frutas en las regiones más calurosas del país son escasos. Como escasa la variedad: Naranjas, Papayas, Plátanos, Manzanas… Los asistentes se acercan de forma progresiva al mercado que desde por la mañana muy temprano va recibiendo a los visitantes, venidos de lugares tanto cercanos como lejanos.
Al atardecer todos recogen. Comienzan a quitar el polvo de sus mercancías y a guardarlas ordenadamente en cajas de cartón o amarradas con cuerdas para un mejor transporte. Camiones, furgonetas y carros se van cargando a tope con todo tipo de fardos y cajas. Quizás al día siguiente, o esa misma tarde-noche se dirigirán a otro lugar donde será el "Día de Mercado", y nuevamente comienza la función.

25 oct 2011

Huyendo de Djenné

En la estación de taxi y mini-buses de Mopti todos los días, entre las 6 y las 7 sale un bâchée (mini-bus) de 15 personas en el que meten a 21, si consigue llenarse. Siendo lunes, era aún más sencillo. El día anterior me acerqué a la estación para reservar una plaza y me dijeron que no era necesario. Tan sólo llegar antes y coger sitio. Pero no fue así. Cuando llegué alguien había reservado "cabine" que corresponde a las dos plazas junto al chófer el día anterior. Es, sin duda alguna, el lugar más cómodo para viajar en este tipo de transporte. En fín, no hay quien entienda a esta gente!.
Llegar a Djenne no es tan complicado como parecía en un principio. Casi tres horas de trayecto mas media hora para cruzar el río en transbordador y llegamos en pleno apogeo mercantil. Sorteando una interminable cantidad de individuos que se me iban presentando para acompañarme a mi destino me dirigí, sin hacerles puto caso, directamente al Albergue de Djenné donde por 10.000cfa conseguí habitación con ducha y baño. Un complejo muy bien situado, y bien cuidado, con un restaurante junto a la recepción en el centro del amplio recinto y todo guardando el estilo tradicional del entorno. Habitaciones de gruesos muros de adobe con una amplia cama bajo un mosquitero, ventilador y el baño sorprendentemente limpio. Otras son climatizadas, y más caras. Necesitaba descansar. Era medio día y el tórrido calor invitaba a una buena ducha y reposar un poco para retomar energía. Mi intención era quedarme varios días sobre todo para ver el mercado, recorrer las intrincadas callejuelas -lugar que me recordaba a Tombuctoú- y algunos poblados del río. La sorpresa la llevé nada más salir a la polvorienta calle. Una "repugnante plaga" abruma este pueblo: "los pseudo-guías", unos sujetos que acosan a los turista para conseguir ser su guía particular. Es algo asombroso. No lo había vivido ni en la India. A cada momento alguien se acercaba para hacer las mismas preguntas: nacionalidad -ah, tengo un buen amigo que vive allí...-, nombre?, tiempo de estancia?, has visitado...?, te enseño la tienda de...?, soy artesano de... No se puede caminar varios metros sin ser interceptado por alguno de ellos, y se hace imposible ser cortés con este tipo de gente. No hay tiempo suficiente en un día para hablar con todos los que se acercan. Es preferible encerrarse en la habitación, leer, oír música.... Se llega al final del día mucho más relajado que caminar por las calles de Djenné. La única manera para no ser molestado por los demás es contratar a uno de ellos y estar todo el día sin separase de él. Qué necesidad? Luego, pasear por la parte antigua, se me hizo en cierto modo igualmente agobiante. Todos los niños chicos que me veían: TUBABU!!, TUBABU!!, TUBABU!! (extranjero!!)... hasta que me dejaban de ver. Que poca tranquilidad y que mal ambiente. Pero aún así continué caminando y disfrutando de lo que me iba encontrando: las altas casas de ladrillos de adobe se pierden entre encrucijadas callejuelas de tierra, de anchos muros que impiden el paso del enorme calor. En su interior un patio hace de encuentro. Unas elaboradas ventanas, las celosías pintadas de verde y rojo y las puertas decoradas con grandes eslabones y remaches de cobre delatan el estilo Marroquí. Las otras, más austeras son de estilo Tukolor.
Al final opté por cambiar de planes: al día siguiente saldría en guagua hacia Segou, para hacer una parada a medio camino hasta llegar a Bamako, la capital. Allí quiero coger el visado para entrar en Costa de Marfil. De Djenné, sólo me ha quedado en mente esa enorme edificación religiosa (56mt. x 56mt.), la mezquita más grande del mundo hecha de adobe, paja y aceites (banco), declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988. Está atravesada por estacas de madera simétricamente colocadas, que a la vez sirve de andamiaje para hacer sencilla su reparación, que corre a cargo de toda la comunidad, pues en la época de lluvias el agua y el viento se lleva gran parte de la capa externa de banco, haciéndose imprescindible su recubrimiento. Es la llamada "Fiesta del Enlucido", que comienza al amanecer del último día del Ramadán.
Está situada con una ligera elevación detrás de un muro de más de tres metros de altura sobre una gran explanada o plaza de tierra donde todos los lunes se instala el mercado de la semana. Carece de minarete y en su frontis hay tres torres que sobresalen de la fachada acabadas en un alto pináculo cónico que domina toda la ciudad, al igual que los múltiples sinuosos contrafuertes que rodean todo el edificio. El paso del tiempo y el material utilizado han ido redondeando las formas de esta hermosa mezquita a la que no se puede acceder si no es musulmán, a no ser que se llegue a un acuerdo económico con un intermediario que consiga hablar con el Imán. En el interior destaca la gran cantidad de columnas que, según se cuenta, podían dar cabida entre sus paredes a toda la población que en Djenné vivía en el momento de su construcción. Sólo el uso de un arco gótico revela del influjo de arquitectos europeos.
Cuenta la leyenda que en este mismo lugar existía un palacio del siglo XIII que, cuando el rey Soninka Koi Kunboro se convirtió al Islam, lo destruyó para construir una lujuriosa mezquita sobre él. Seiscientos años más tarde al sultán Sekou Amadou no le pareció propia para el Islam y dejó que la climatología acabara con la edificación (no conciben que se destruya una mezquita). Se volvió a construir otra mezquita mucho mas austera que tampoco agradó y finalmente en 1989 se construyó la actual.
Los viernes sería un buen momento para verla en plena acción, pues cantidad de vecinos van a orar dentro y fuera de ella, donde los lunes se asienta el bullicioso y caótico gran mercado, que como todos, es más de lo mismo. Destaca la cantidad de mujeres peúles (bocas pintadas en negro con marcas en la cara) y otras de los poblados aledaños con sus coloridos vestidos bajo frágiles toldos de plástico negro o improvisados puestos con techos de troncos retorcidos y tapados con telas exponen sus mercancías. El incontrolable movimiento de gente de un lado a otro, o bloqueando los estrechos pasillos que quedan entre los puestos, y otros amontonados en alguno de ellos expuestos bajo el trepidante sol luchando por los precios es, al menos, fascinante.
La mañana tempranera que cogía el bus estaba cargada de una densa calima. Mientras amanecía, apenas se podía ver varios cientos de metros más allá. Pensé en ese momento que en el fondo ha sido una buena idea huir de allí. Poco podría haber visto de los pueblos que quería visitar. El ambiente era térreo, ceniciento, poco colorido como para disfrutar de los paisajes y de los poblados aledaños. Nuevamente subir al transbordador para atravesar el río, y disfrutar de las imágenes que aparecían ante mi ventana. El verde se acentúa y los poblados cerca de la carretera cada vez son más continuos.
La llegada a Segou, a medio día, fue más rápida de lo que esperaba. Apenas se realizaron algunas paradas para recoger gente por el camino. Me dirigí en taxi a la Misión Católica para conseguir habitación económica. Y funcionó. Por 6.000cfa con ducha y baño exterior. Céntrico, junto al río donde los atardeceres son imponentes en esta parte del país, pero la calima lo dificultó. Ésta es un ciudad tranquila, mucho más cuidada que las que he visitado anteriormente y con cantidad de arboleda y vegetación que la hace aún más relajada para pasear junto al río Niger o a la sombra de sus innumerables balanzanes, el nombre del árbol de acacia local que proliferan en esta zona, por eso se le conoce también como la ciudad de "Balanzan". Fue la capital del reino Bambara en el pasado y ahora capital de la cuarta región administrativa de Mali. Recorrer sus calles es toparse con dos estilos arquitectónicos diferentes: el colonial francés y la arquitectura tradicional, Sudanesa y Neo-Sudanesa. Es decir, que sus casas de barro se alternan con las construcciones de estilo colonial por eso le confiere un encanto especial.
Las mujeres realizan los trabajos de cerámica a mano con el barro que extraen directamente del río y una vez acabados los llevan hacia el mercado local del lunes donde lo venden junto a los principales productos: algodón, oro, cuero, vegetales, frutas, cereales y ganado. Las artesanías más famosas de Segou se fundamentan en la cerámica, los tejidos (mantas, alfombras y envolturas), en la fabricación del Bogolan (una variación distintiva de tela pintada con barro), en la pintura y en la escultura. Se la considera como la capital de la cerámica de Malí con un "distrito dedicado a la cerámica" en Kalabougou, un poblado situado en el margen izquierdo del río.

23 oct 2011

Los Dogones

A las 7:30 como habíamos acordado se encontraba (Alai) Abdulai Guindoen la puerta del hotel con su moto china preparado con una pequeña mochila llena de algunas cosas que nos servirían para acompañar las comidas que nos pudieran ofrecer en los poblados que nos quedaríamos. Casi dos horas duró el trayecto desde Mopti hasta Bandiagara por una carretera asfaltada, y otra hora y media hasta Konsogou-Lei por desolados caminos de tierra, piedras o arena. Normalmente, desplazarse hasta el País Dogón se hace en moto ya que los habitantes no tienen dinero como para comprarse un 4x4 y el gobierno piensa que no hay suficientes vecinos como para poner una línea de transporte público entre poblados. De vez en cuando pasa algún taxi-brusse, pero en muy raras ocasiones. Quizás los días de mercado haya más movimiento de vehículos de todo tipo. Muchos van a pie o subidos a sus animales de carga.
Una vez llegados al poblado descansaríamos por ser casi medio-día, ya que no se puede caminar con tanto calor, almorzamos arroz con salsa y un pollo frito que cogieron del corral, y echamos una siesta. El agua que cogen del pozo, que se puede beber sin problema alguno, la guardan en tinajas de barro para que esté siempre fresca. Las bebidas las venden a 500cfa los refrescos y 1.000cfa la botella de litro y medio de agua. Tras el reposo fuimos al acantilado a ver desde lo alto el primer asentamiento de ese pueblo. Algo imponente, sobre todo los sonidos que provenían del poblado: los niños, los animales, el golpear del mortero haciendo la pasta del (o la pâte) o los condimentos para las salsas... Luego continuamos caminando sobre el risco (falaise), de lava volcánica, hasta Begnimato, otro poblado algo menos impresionante pero más turístico, el cual se divide en varios sectores: musulmán, cristiano y animista, con su mezquita, iglesia tradicional y viviendas con todo tipo de santuarios, fuera o dentro de sus viviendas. Allí encontramos a un grupo de 12 holandeses que hacían el recorrido al contrario que nosotros. Tras ducharnos, cenamos espaguetis con salsa de berenjena e hicimos noche. Yo dormí, al igual que todos los extranjeros, sobre el techo de una de las viviendas dentro de una mosquitera. Tanto el sonido del pueblo en sus quehaceres al anochecer como al amanecer se hace espectacular. A las 5 suena la primera llamada a la oración desde la mezquita próxima: Allaaaah uuuk akbar!! Allaaaah uuk akbar!!. Y la segunda a las 5:30. A las 6 amanece, por eso casi todos se acuestan no mas tarde de las 21:30. Al ser agricultores-recolectores aprovechan toda la luz del día para trabajar. Los niños más pequeños son unos auténticos lloricas mimosos. Es desquiciante oírlos llamando la atención. Hay cada vez más escuelas en los poblados gracias a la inversión que hacen muchos países europeos para el desarrollo. Pero muchos niños o niñas no pueden ir por ser los encargados del pastoreo de sus animales, o ayudando a plantar o recolectar.
Al siguiente día, tras desayunar subimos a un montículo para observar desde algo más alto cómo se movilizan todos, casi de manera autómata. Las niñas cargan los calderos de agua, las mujeres mayores con sus hijos amarrados a la espalda majan el mijo, el millet (mijo de pequeños granos) o condimentos con el enorme mortero y largo palo a un armónico ritmo. Los hombres con su azada tradicional (un madero al que se le ha adaptado una pieza de metal para arar mejor la tierra) enganchada en el hombro van de camino hacia la plantación. Esta vez la ruta sería a través de los poblados de la parte baja del risco. El trayecto se realiza por un piso de lava y con mucho parecido al terreno de las montañas del País Senufo que hice en Banfora hace ocho meses. La bajada entre el acantilado es fastuoso. Cortes radicales de hasta 200mt. alcanzando finalmente la llanura donde comienza un terreno arenoso procedente de las dunas que hasta aquí han llegado debido a la rapidísima desertización de toda esta zona. Los descontrolados cortes de ramas y árboles para conseguir leña con que cocinar ha llevado a que la arena gane terreno al bosque que hace más de quinientos de años invadía todo este territorio. Pasamos por Dondjourou, un poblado mayoritariamente animista hasta Yaba-Talu donde almorzamos y descansamos en un albergue. Alai se encargaría de hablar con un muchacho que tiene una carreta tirada por un buey que más tarde nos serviría de transporte para llegar hasta Teli.
Continuando por Bagourou se puede observar en el risco un asentamiento funerario donde parece ser que han enterrado a todos los hogones (jefes espirituales animistas) del País Dogón. Allai no se quiso acercar mucho. Aunque es un musulmán poco practicante parece ser que el animismo no le hace mucha gracia. Luego pasamos por Ende donde visitaríamos un pequeño museo de figuras y artefactos antiguos de madera junto a un albergue que se caracteriza por su cuidadoso diseño dogón con las habitaciones pintadas con mucho gusto decorativo. Las puertas talladas de las habitaciones explican diferentes historias, actividades, leyendas religiosas y símbolos. Los graneros encajados en el risco son enormes, de difícil acceso y al igual que las casas se encuentran casi todos en mal estado. Visitamos a los artesanos del tejido teñido con barro y colores naturales. Continuamos en carreta varios kilómetros más hasta llegar a Teli, un pintoresco poblado, donde haríamos noche. El risco está lleno de pequeños habitáculos donde vivían los pigmeos, o Tellem, primeros pobladores del acantilado. Los actuales hasta hace poco lo utilizaban como cementerio ya que los musulmanes prefieren enterrar a sus fallecidos en la llanura. En algunas viviendas se puede ver pequeños santuarios, animales disecados y grigris (amuletos) colgados, indicio de que se realizan prácticas animistas. Tanto las viviendas, los graneros como las sepulturas están mucho mejor conservadas gracias al trabajo de los locales para así garantizarse la visita de los turistas. Es de fácil acceso trepando entre las rocas y aquí tuvieron su vivienda los abuelos de Alai. Éste ya había contactado con alguien para que le trajeran la moto desde Kondogou-Lei, nuestra primera parada, y así seguir el resto de los días visitando los poblados más lejanos.
El siguiente día pasamos por Kani Bonzon, el primer asentamiento dogón, a mitad del acantilado, donde visitamos algunas casas caracterizadas por ser de una arquitectura diferente. En este poblado viven unos de los pocos hogones reconocidos en el País Dogón. Parece que la religión musulmana ha sabido remplazar las tradicionales ceremonias animistas de antaño por los consejos religiosos del todo-poderoso imán de la mezquita. Aunque "aún se continúa practicando algunos ritos animistas por parte tanto de las comunidades musulmanas como cristianas". Seguimos algo más allá para ir al mercado semanal que correspondía al poblado Togo. Aunque hasta medio-día no fueron llegando los comerciantes, la amplia comunidad Peúl abarrotaba el mercado, situado bajo una pequeña explanada cubierta de enormes árboles. Como en todos los mercados es más de lo mismo: frutas, verduras, tejidos, productos chinos como calderos de todo tipo de metal o plástico, zapatilla de plástico o goma, sacos de legumbres, arroz... Muchos venían subidos en sus animales de carga, otro caminando desde muy lejos con sus cabras para venderlas en el lugar que corresponde a los animales, muy concurrido en hombres solamente. De vuelta paramos en Kani Kombolé para ver, por un lado su particular mezquita de estilo sudanés donde los no musulmanes tienen prohibido el acceso, una casa Hogón que es muy bonita, y por otro las casas Tellem en los acantilados. Todos los jueves aquí se celebra el mercado.
Cuanto más cerca del escarpado acantilado, más viviendas antiguas Tellem se pueden ver observar. Su Albergue tiene un pequeño museo y varios talleres de pinturas sobre tejidos de algodón y de tallas de madera.
Terminamos el día nuevamente en Teli, donde haríamos la última noche y al día siguiente visitamos con tranquilidad todas las viviendas Tellem colgantes del risco. En un rincón del acantilado hay una pequeña cascada con un charco donde los niños van a pescar con redes y los pastores llevan a sus animales a beber, bañarse y defecar en la orilla.
Ya de vuelta a Mopti, sólo quedaba hacer noche para al día siguiente salir hacia Djenne y visitar su mercado del lunes delante de la enoooorme mezquita de adobe, la más grande construcción de barro del mundo. Quiero hacer unas noches para visitar varios poblados de los alrededores.

19 oct 2011

Mopti, "la Venecia" de Mali

A las 5 de la mañana un taxi (Toyota LandCruiser 4x4) pasó a recogerme por la Misión. Casi estaba lleno y sólo quedaba ir a buscar a otros tres pasajeros a sus casas. Las salidas suelen ser aún más temprano (4 AM), y todo depende de la cantidad de gente que vaya recogiendo por el pueblo hasta llegar al último que podría ser como en éste caso a las cinco y media.
No hay carretera hasta Douentza, la ciudad cruce entre el Norte y el desierto, sólo son tramos de arena o tierra mas un trayecto en transbordador (30min.) por el enorme lago que forma el río Niger a una hora de Tombuctú. Como quedamos fuera del cupo de carga tuvimos que esperar a que viniera el siguiente. Casi cuarenta minutos más.
Ocho horas más duró el trayecto hasta Douentza, y una vez allí tuve que esperar que pasara una guagua con plazas vacías para poder continuar el viaje hasta Sevare.
En la estación de taxis de Tombuctú nos habían vendido un billete hasta Mopti con la garantía que nada más llegar estaría esperando otro por nosotros para continuar el trayecto. Pero nada de eso era cierto. Y es algo muy corriente que digan mentiras, para de esta manera asegurar la venta de billetes de transporte.
En la parada, que es general para todas las guaguas, hay bajo un puesto techado de madera una mesa con un sujeto que vende los ticket de bus y toma nombre ordenadamente de los pasajeros.
Desde aquí comienza el cambio paisajístico. Del claro color de la arena al rojizo de la tierra. El viento apenas lo levanta por lo que las vistas llegan a ser más lejanas. El aire es algo más fresco, limpio y aparecen los primeros Baobads con sus hojas verdes y enormes frutos colgando. No los había visto así el viaje anterior porque era época seca, pero ahora tras las lluvias están completamente remozados. Cómo me gustan estos árboles. Quizás sea porque representa a la zona más húmeda. Cierto es que en estos dos últimos viajes por África he terminado hasta los cojones de tanto polvo del desierto. Una arena tan fina que cuando pasa un vehículo o se levanta un poco de aire el ambiente se hace irrespirable. Nuevamente, en esta ocasión terminé con la garganta en lastimoso estado. Y aún continúo con problemas respiratorios.
Siguiendo el trayecto, otras tres horas de espera más debido a que sólo pasaron dos guaguas, y otra hora más de espera a la salida del pueblo, delante de la policía, para identificar a varios paisanos que iban indocumentados.
Un poco antes de Sevare más de lo mismo, pues tuvieron que volverse a bajar los mismos pasajeros para el mismo procedimiento. Un tipo se escondió en el habitáculo del baño para que no lo pillaran. Llegamos a Sevare ya de noche, y al no haber transporte a esas horas hasta Mopti, tuve que hacer noche allí mismo. Y gracias a un tipo que trabaja como guía para el Repas du Dogon, que se me acercó con su Scooter y me indicó que me llevaba gratis hasta ese establecimiento, un hostal muy placentero con habitaciones limpia que en estas fechas que no hay turismo están aprovechando para arreglar algunas de ellas. La mía sin baño (7.000cfa) tenía cama doble y ventilador en el techo. Era fresca y olía bien. Supuestamente, en agradecimiento debería de cogerlo como guía para visitar cualquier lugar: Mopti, País Dogon, poblados cercanos... Pero mi intención era continuar hacia Mopti y desde allí organizarme yo mismo mi itinerario establecido. Tenía claro que Sevare no sería tan atrayente como quedarme cerca del río, así que al día siguiente subí a un destartalado taxi compartido, Peugeot 404, que se encontraba estacionado junto a otros en la avenida principal esperando por más viajeros y me fui directo a Mopti.
El trayecto concluyó en la Gare Routire de taxis y minibus, y desde allí me dirigí a pie a través de la avenida junto al río al hotel Y a Pas de Probleme. Que maravilla de hotel para toda la mierda de sitios que me he estado quedando. Por 5.000cfa en habitación compartida o 10.000cfa habitación doble con ventilador. De ahí para arriba con más lujos. Tiene una pequeña piscina y una azotea en la que hay un restaurante y zona de acampada con colchón y mosquitero (2.500cfa) que cuelga de las líneas de colgar la ropa. Lástima que las bebidas las tengan carísima. Y la comida aún más.
Lo primero que hice fue hablar con el encargado del hotel para que me buscara un guía del País Dogón. Por la tarde lo tenía en la puerta de mi habitación. Estuvimos poco tiempo hablando, lo suficiente para entendernos y programar la ruta a realizar. Cuatro días y tres noches nos pareció lo más adecuado para lo que yo estaba interesado en ver de esta comunidad quienes hace varios cientos de años vivía en los Acantilados de Bandiagara. Los dogones se caracterizaban por vivir en los riscos, a donde llegaron huyendo de los cazadores de esclavos, una vez que expulsaron de allí a los Tellem, o pigmeos, otro pueblo que también se ocultaba allí pero para protegerse de los leones y otros depredadores que habitaban la zona. Ahora los dogones viven en la planicie donde cultivan y tienen animales. Y es hasta allí donde ahora me quiero trasladar. Sería el broche final a la visita que realicé hace ocho meses al Pais Senufo en Burkina Faso.
La tarde-noche la dediqué a recorrer la zona portuaria llena de lúgubres embarcaciones en pésimas condiciones de mantenimiento y habitabilidad, de todas las formas y tamaños. Todo está muy sucio, decadente, la gente casi se empuja para pasar por los estrechos espacios habilitados debido a la cantidad de puestos y mercancías de todo tipo y los innumerables vendedores y compradores que no caben todos juntos. Pero no deja de tener su encanto. Y me gusta. Sobre todo beberme alguna cerveza a la caída del sol en cualquiera de los dos bares-restaurantes que hay en el puerto (Bissap Café y Le Bozo).
Volver al hotel, casi a oscuras, por la avenida del río todas las noches ha sido memorable. La fresquita brisa que viene del agua, los pescadores haciendo la cena frente a un pequeño fogón sobre sus embarcaciones amarradas, alguna gente realizando su diario baño antes de acostarse, la tranquilidad del lugar debido al escaso tráfico, todo esto ha sido lo mejor de este pueblo
Uno de los días hice un paseo en canoa con uno de los tantos desquiciantes pseudo-guías que merodean la calle que se adentra hasta el hotel. Y llega a ser agobiante la cantidad de moscones que recorren esta zona tan turística y no dejan de incordiar. Y como no hay muchos extranjeros... pues a comerse lo que sea y como sea. El problema es que somos muy pocos guiris y muchísimos locales buscándose la vida. Todos los días los mismos, o más, ofreciendo las mismas atracciones: paseos en canoas visitando algunos poblados que habitan la zona central del río, navegar hasta que caiga el sol o visitar el país Dogón. Y hasta allí me llevaron, hacia unas comunidades tuaregs y bozos y luego a los artesanos de las piraguas en pleno trabajo. Que todo es muy interesante y tal, pero que es más de lo mismo que he visto estos meses por África. Todos quieren sacar buen tajo de los visitantes ofreciendo los mismos cachivaches turísticos. Al final el paseo en canoa a motor, de dos horas, costó 15.000cfa.
Comer en la calle se puede hacer en los pocos maquis que hay junto al río aunque todos tienen muy poca variedad. Por las mañanas, como casi todos, desayunar Nescafé con leche, te, refrescos, barras de pan con mantequilla o mahonesa, tortilla con cebolla, para luego, desde el medio día, pasar a pasta (espaguetis) con un poco de salsa concentrada de tomate y algo de carne. También algunas señoras por las tardes se instalan en el arcén con sus pequeños fogones donde ponen sus ennegrecidas sartenes para freír batatas, papas o manioca cortada en trozos y el pescado recién cogido.
Por la noche, al dejar de funcionar el servicio de las guaguas de larga distancia, comienzan a llegar algunas familias para instalar en los aparcamientos sus puestos con algo más de variedad. Arroz blanco, espaguetis, , judías "resequías", pescado frito o carnes en salsa. Pero si se quiere comer mejor hay que ir a alguno de los restaurantes y pagar precios más altos.

16 oct 2011

Pasear Tombuctu

Pasear por Tombuctú me ha sido sencillo y agradable ya que me quedo en el centro y las distancias no son muy largas. A pie y con tranquilidad se puede recorrer completamente. La avenida principal se encuentra ya casi engullida por la finísima arena que el viento trae del desierto y de las calles adyacentes que son todas completamente arenosa. Ando en cholas como si estuviese paseando por la playa. De lo que fue una misteriosa ciudad en su momento glorioso, aún quedan algunos indicios, aunque muchos completamente restaurados.
Sus tres mezquitas, de las más antiguas del oeste de África, representan el claro ejemplo de arquitectura sudanesa que prevalece a través de todo el Sahel. La Mezquita Dyingerey (s.XV) es la más antigua y construida por un arquitecto y poeta andalusí, con forma piramidal por su base y tiene unas torres cónicas. La de Sankoré (s.XVI), se dice que la construyó una mujer bereber que quería imitar a la Ka'aba, en La Meca, funcionó como universidad siendo la escuela de árabe mas grande con cerca de 25.000 estudiantes. Y la de Sidi Yahiya (s.XV) cuya estructura ha sido objeto de alteración considerable en el tiempo y ahora es conocida principalmente por sus puertas adornadas con piezas de hierro forjado, característica de los Tuareg. A ninguna de ellas pueden acceder los no musulmanes.
Varias bibliotecas y casas particulares guardan antiguos manuscritos -algunos del s.X- que son obras de arte por cómo han sido redactados -usando tinta de oro- que tratan sobre leyes como la sharía, fragmentos del Corán -que siglos atrás posiblemente llegaría hasta esta ciudad en caravanas procedentes de Medina-, gramática árabe, tratados jurídicos, geografía, medicina, astrología, poesía, proverbios y otros escritos sobre la historia de grandes imperios africanos, muchos de ellos de finísima caligrafía en oro y policromía. Incluso traídos de Granada cuando los moriscos fueron expulsados de España. Los libros fueron en su día, en Tumbutú, más importantes que el oro y los esclavos. Los mercaderes traían telas, especias y sal de lugares tan lejanos como La Meca o el Cairo para cambiarlas por oro, marfil y esclavos del interior de África. Mientras la ciudad se enriquecía, en ella se construía mezquitas que luego atraían a eruditos, quienes a su vez fundaban academias e importaban libros de cualquier lugar del mundo islámico, que a su vez eran elaboradamente copiados por calígrafos para las bibliotecas locales de sus maestros y los acaudalados mecenas. Por eso fue llamada "la Ciudad de la Gran Sabiduría".
Muchos turistas salen decepcionado de esta pequeña ciudad para lo complicado y laborioso que es acceder a ella. Y según como se lo tome el viajero podría ser realidad pues aquí hay que venir con ganas de pasear sin rumbo alguno y dejarse llevar por el ambiente. Es igual de sucia y polvorienta como las demás y aunque estos días han estado nublados he tenido que regresar a medio día para ducharme y reposar pues el calor es excesivo, saliendo a las 4 de la tarde para continuar las visitas.
El Gran Mercado y sus calles adyacentes es donde más actividad se puede encontrar, y el mercado chico varios cientos de metros mas allá es caótico, sucio, bullicioso, deprimente, o llamativo, activo, interesante, según el estado de ánimo que tenga el descaminado paseante. El barrio antiguo a donde iba todos los días a perderme entre sus laberínticas, polvorientas y arenosas callejuelas está colmado de historia. Viejísimas casas de ladrillos de adobe en estado caótico se encuentran encajonadas entre otras de mejor aspecto arquitectónico o de recién reformadas fachadas que, aunque el resultado es llamativo, las hace ser menos románticas. En 1.990 fue declarado Patrimonio de la Humanidad donde se encuentran las casas de los exploradores que hasta aquí llegaron. Eso ha dado pie a recibir ayudas para su recuperación. Ahora son propiedad de algún vecino.
El museo es otro de los sitios que quería ver. Aunque no es muy grande tiene una cantidad bastante interesante de artefactos tuaregs y songhais como utensilios de casa, cuencos de todas formas y tamaños que siguen usando actualmente y otros tan antiguos como la ciudad, cucharones de madera, mazos, artículos de orfebrería, collares, pulseras, zapatos y babuchas de cuero, tambores y violines tradicionales... Y en el centro del patio se encuentra el primer pozo de agua (Tin) que dio nombre a la ciudad. Lo vigilaba una vieja llamada Bouctoú, mientras los tuaregs salían al desierto a hacer sus negocios de intercambios con otros pueblos. Al lado se encuentra una choza de madera y rafia que bien podría ser la de los Bellas, esclavos de los tuaregs que viven en Tombuctú. Estas viviendas se pueden llegar a ver en descampados y por todo el barrio antiguo, integradas en los laberínticos callejones entre las casas. Algunas ocupan el antiguo solar de un edificio que hubo colapsado y la familia al no poder levantar la casa posiblemente son los que viven en su interior. En otros casos pertenecen a familias que se han instalado en los solares con permiso de los propietarios.
Lástima que estos días siga nublado y el viento esté aumentando cada vez más. He ido al norte de la ciudad, a lo que se podría denominar "la puerta del desierto" frente al monumento de la Llama de la Paz, para observar sentado entre las dunas la caída del sol pero grandes nubes en el horizonte han impedido ver las tonalidades del anochecer.
Eso me ha impedido disfrutar del desierto del Sáhara, pasear en camello al atardecer, ver la magnífica puesta de sol, dormir bajo las estrellas y regresar a la siguiente mañana. Me han hecho algunas ofertas por parte de jóvenes tuaregs que tienen camellos, pero para perderme lo más interesante del recorrido... lo tendré que dejar para otro lugar y otro momento. Ya lo he vivido en el norte de Burkina y en India, como para regresar decepcionado de algo que se puede presentir, ya que el tiempo no parece que vaya a cambiar a mejor.
Este domingo asistí a la misa de las 8 de la Iglesia Católica que se encuentra en el edificio junto a mi habitación. Casi dos horas de charla y bellos cantos africanos para acompañar. A una sola voz las mujeres cantaban y los hombres sentados en los bancos de enfrente les respondían también con cantos. Al concluir me pidieron que dijera unas palabras de presentación, en francés, que al final tradujo el cura sustituto del párroco Gerónimo que se encuentra ausente en Bamako. Aquel que hablaba español y me permitió dormir en su parroquia.
Ya he comprado el billete del taxi-brousse, un Toyota 4x4, que sale de la trasera del mercado todas las mañanas a las 4 hacia Mopti.

14 oct 2011

Navegando el Río Niger

El Gher-N-Igheasen (río de los ríos), nombre bereber del Río Níger realiza un plácido y relajante recorrido de 4.200kms. desde su nacimiento en Guinea Conakry, bañando río adentro innumerables pueblos y aldeas que en tiempo de crecidas llegan algunas zonas a convertirse en pequeñas islas, en una tierra de inmensos contrastes, cambiantes paisajes, atravesando las ardientes arenas del desierto sahariano y desembocando en el pantanoso delta del Golfo de Guinea.
El único medio de transporte por lo tanto son las embarcaciones tradicionales: Pinasas (largas y estrechas piraguas a motor con un toldo, de hasta dos pisos, que cargan todo tipo mercancías y llevan también pasajeros. Son más rápidas que los barcos pero más incómodas) y las piraguas normales que las hay de diferentes formas y tamaños para el transporte de pasajeros.
Para llegar hasta Tombouctoú no es necesario hacerlo por el río, pues hay otros transportes por carretera, aunque el trayecto sea algo lento, incómodo y caluroso. Pero teniendo tiempo de sobra, como es mi caso, no me ha importado esperar una semana hasta la llegada del barco de la Compañía Maliense de Navegación (C.M.N.) que realiza el trayecto desde Bamako hasta Gao en una semana, o más, según dure las paradas debido a la cantidad de mercancías a cagar y descargar, haciendo diversas paradas durante su recorrido, volviendo una vez cargados nuevamente a su punto de partida. En mi caso, que llegué a Gao un martes a medio día, había perdido la oportunidad de haberlo cogido inmediatamente si se hubiera retrasado un día como ha sucedido ahora, lo que me hizo quedarme una semana, aprovechando que a la familia de acogida no le importó un extraño entre sus integrantes, que eran bastantes, por cierto.
El barco que cogí, el Tombouctou, es un ferry pequeño que se encuentra en relativa mejor condición que los otros dos (el Kankou Mussa y el General Soumaré) y es bastante cómodo. Tiene cinco clases diferentes: Cabinas de Luxe, con dos camas, baño y es climatizada, ubicadas en la cubierta superior; los Camarotes de Primera tienen también dos cama o litera, un lavabo y se encuentran en la cubierta de en medio; los Camarotes de Segunda tienen dos literas (cuatro personas), están en la cubierta segunda, no tienen ventilador, y es absolutamente calurosa durante todo el día y parte de la noche, y es la que cogí (37.500cfa/tres comidas al día) con los apestosos aseos fuera y compartido con los demás pasajeros; las de tercera clase tienen hasta seis literas y están situadas en la cubierta inferior donde se encuentra la cocina, y en un ladito de la misma, junto a la barandilla, algunas señoras preparan comidas en calderos cuando la cocina del barco no da a basto, junto a los vendedores de frutas, verduras y cachivaches para mujeres y niñas; la cuarta clase, la más económica, corresponde a todas las cubiertas y desperdigados por donde se pueda. Hasta las balsas salvavidas están llenas de objetos personales para que haya más espacio para la gente que está botada por en el suelo, sobre las esterillas o en colchonetas. Con el paso de las horas se convierte en auténtico amasijo de gente, bultos de todo tipo y suciedad. Dispone de un bar climatizado en la cubierta superior donde van todos a beber, fumar, ver alguna película y, de un comedor en la del medio, al lado de los baños comunes, cuyo único plato del menú es bastante colmado: arroz con salsa de arachide, con salsa y carne, ñame en salsa o espaguetis en tomate. El desayuno es media barra de pan con mermelada y un poco de nescafé con leche.
Al anochecer, bajo una hermosísima luna llena salimos del puerto de Gao. Parte de la familia había acudido para despedirme. En pocos minutos la embarcación fue dejando atrás las pocas luces que a esa horas se vislumbraban desde la ciudad, y sobre la 1:00 detuvo su marcha junto a una de las orillas, que se podía ver con claridad debido al resplandor lunar y donde se oían de fondo el repetitivo e incansable cantar de las aves. No se si de suerte, casualidad o que el encargado de la oficina del puerto donde había reservado el billete del barco se enrolló muy bien conmigo pero en mi camarote sólo me he quedado yo, lo que me ha dado la oportunidad de dormir las tres noches sin que nadie me molestara con ronquidos o entrando y saliendo a cada rato.
No arrancó hasta las 4:30. Y al amanecer, la estampa de la hermosa orilla, un verde manglar por un lado y el sonido de la canela agua del río sobando el casco del barco era muy agradable. Lástima que el viento que se había levantado desde hacía unos días, y que el martes trajo un poco de lluvia, llevara durante todo el recorrido hasta Tombuctú nubes de polvo y arena del desierto pero por otro lado dejaba bucólicas siluetas de un sol velado por la calima que se acababa difuminando en el horizonte.
Aún así, las imágenes que se ha quedado en mi mente, y algunas en mi cámara, han sido extraordinarias: aldeas de casitas en la misma orilla rodeada de verdes pastos que procedían directamente del río y detrás dunas de color ocre que envolvía todo el resto del paisaje; isletas completamente cargadas de vegetación que han quedado en medio del río debido a la cantidad de agua que lleva, donde algunas cabañas de madera y rafia o pequeñas casitas cuadradas de adobe desvelan la existencia de alguna comunidad, posiblemente pescadores bozos; canoas casi escondidas entre la verde vegetación con un padre y un jovencito recolectando juncos y cargándolas en la pequeña embarcación y que más adelante laboriosamente serán convertidas en rafia para techos o cesterías; y orillas que servían de embarque a los aldeanos de los poblados aledaños que transportaban todo tipo de bártulos o animales, como cabras -la proa del barco llevábamos una pequeña granja con gallinas y cabras con destino a "cualquier lugar"- o motos empujadas por varios individuos con agudo equilibrio que les evitaba caer de la estrecha pasarela; y mujeres que subían con sus cestas en la cabeza sólo a vender pescado seco, pollos, frutas, dátiles salvajes de las acacias del desierto; gente intentando subir y bajar a la vez cargando enormes colchones, sillones de un tresillo, jaulas de aves, grandes bolsos y sacos que apenas podían mover entre tanto barullo; fardos de algodón que la tripulación se esmeraba en colocar a todo ritmo de la manera más inverosímil para que pudiese entrar aún mas cosas; o canoas a motor que se enganchaban al barco y aprovechaban para vender unas pocas gallinas que más tardes serían asadas en un pequeño fogón sobre la cubierta inferior...
En las orillas o los puertos que parábamos era siempre un hervidero de almas vestidas con los más diversos y llamativos colores, o de curiosos que se acercaban simplemente a ver el barco maniobrar. Era el acto más importante de la semana en la vida de unos aldeanos que en su monótono que-hacer diario servía para realizar una parada relajada y dedicarse a observar. Al igual que los niños, que atraídos también por el barco saltaban de alegría mientras nos saludaban con ambas manos. En la orilla unas mujeres lavaban la ropa o limpiaban los calderos que sirvieron para hacer la comida en el puesto callejero del puerto.
En fin, me ha servido para conocer diversos aspectos geográficos, paisajísticos y humanos, sobre todo en el barco con una gente muy curiosa, principalmente los muchachos que se interesaban por mi destino, o mi procedencia. Tres noches y dos días navegando el río Niger que han servido para seguir avanzando en mi viaje, con dirección esta vez oeste y llegar hasta las puertas de dos desiertos: el del Sáhara y el del Sahel.

Ahora me encuentro en la legendaria ciudad caravanera de Tombouctou, fundada como campamento estacional por los Tuareg en el año 1.100, y que con el paso de los años fue un centro comercial inmensamente rico gracias a su ubicación en el cruce de las dos arterias comerciales más importantes: las rutas de las caravanas que procedían del desierto sahariano y la navegación por el río Niger. Fue lugar mítico soñado por los viajeros del pasado, y que gracias a las tecnologías me ha sido muy sencillo llegar. Estaré varios días estudiando la historia de este pueblo perdido entre las dunas del desierto para luego salir dirección sur en busca de más aventuras.
En 1.996 se celebró aquí el acuerdo de paz que puso fin a la rebelión de los Tuaregs y los árabes contra el gobierno maliense quemando y destruyendo simbólicamente unas 3.000 armas. El monumento de la Llama de la Paz así lo refleja al norte de la ciudad frente al desierto.
Alcanzamos el puerto de Koroumié, a 17kms. de Tombuctú, a las 7 de la mañana así que nuevamente habíamos llegado con un retraso de más de 10 horas que me sirvió para ahorrarme una noche de hotel y poder ver el lugar con luz plena. Había leído que algunos mochileros se habían quedado a dormir en la Misión Católica de Tombuctú por lo que quise probar suerte e intentarlo. Los hoteles y camping son algo caro a no ser que uno se quede a dormir en las azoteas o en tiendas tradicionales dejando las mochilas sin mucho control.
Cuando me dirigía a un jeep 4x4, que hace de taxi colectivo, un joven de tantos con quien había tenido alguna conversación en el barco fue a mi encuentro y me llevó hasta su padre, que había venido con su coche a traer a unos familiares y de paso saludar a su hijo que seguía rumbo en el barco hacia otro pueblo. Me dijo que subiera al coche de su padre, que me alcanzaría hasta Tombuctú. Vaya, que suerte nuevamente!! Saliendo del puerto llevó también a un militar que hacía autostop. Conducía su Mercedes casi nuevo como todos los africanos, a lo loco, pasando por encima de los baches sin darle importancia, hasta que en un momento que sacó la cabeza para oír un imaginario ruido en la rueda trasera el coche se le fue del carril y chocamos contra un poste de luz. Rompió radiador y ventilador. No lo podía creer. Era testigo presencial de las imprudencias que tanto he criticado en este viaje por África. Varios coches pararon para ayudar y al final tras varios intentos infructuosos de arreglar el tema continuamos ya que faltaban pocos kilómetros para llegar. Dejó el coche en su trabajo y subimos a otro para continuar hasta nuestros destinos. A mí me dejó primero, cerca de la Iglesia Católica, lugar donde quería quedarme a dormir.
Tras preguntar la posibilidad de alojarme unos días, el vigilante, Abdurramán, un musulmán que también arregla zapatos en la acera de enfrente hizo algunas llamada y me pasó con Gerónimo, el sacerdote encargado de la parroquia y que habla español. Luego de hacerme algunas preguntas me permitió quedar a pasar algunas noches. Tendré que pagar la voluntad. Conseguí una habitación muy polvorienta, pues hacía tiempo que no se abría, con dos camas, ventilador colgado del techo, luz, salón-comedor y baños con ducha. Nuevamente... que suerte he tenido.
He paseado un poco esta polvorienta ciudad y parece interesante. Los próximos días, si el tiempo es bueno, intentaré contactar con algún Tuareg para acordar un paseo en camello por las dunas saharauis y pasar una noche bajo las estrellas durmiendo entre las dunas, ya que al ser fin de semana la oficina de turismo está cerrada y son quienes con mayor fiabilidad pueden conseguir algún conocido que tenga camellos y haga paseos por el desierto.