A una hora y media de taxi compartido -mucho más rápido que los minibuses- se encuentra Kara, la segunda ciudad mas importante del país. Ha sido la más mimada desde el anterior jefe del gobierno, Gnassingbe Edyadema, que nació a pocos kilómetros, y todos sus seguidores se encuentran en esta zona del país, adquiriendo, como consecuencia, un estatus muy favorable. Tras su fallecimiento, es su hijo quien continúa en el poder tras una "ayudita militar". Muchas industrias se han instalado aquí y eso se refleja en la calle y el poder adquisitivo de sus vecinos. El centro está ocupado por un Gran Mercado y a un lado un pequeño parking de taxis compartidos y algunos minibuses que llegan hasta los más apartados asentamientos rurales. A 2km dirección S. se encuentra la estación principal.
Mi parada aquí se debe a una importante montaña situada a 15km, el Monte Kabye (810mt) con unas extraordinarias vistas del entorno y los poblados que la rodean. Hay vehículos que salen en esa dirección, principalmente los días de mercado.
El día anterior estuve preguntando a los taxistas la manera de llegar hasta la base de la montaña y me dijeron que tenía que ir a Tchare, un pequeño pueblo en la falda de la misma y desde allí comenzar la ascensión. Aunque se rieron mucho por mi ocurrencia!. Esta gente no está acostumbrada a caminar con esas intenciones.
Al día siguiente hasta allí me dirigí, pero no era exactamente el lugar. Me habían engañado, pensé. Tras preguntar a más gente, me indicaron que debía ir a Soundina, otro poblado aún más cercano a la montaña que se
Preguntando en unas casitas de adobe qué camino debía tomar conocí a Kofi, un estudiante universitario que se encontraba con su familia en ese momento, y amablemente se ofreció a mostrármelo, entre lo que fueron altos matorrales ahora calcinado por los
La montaña es un conglomerado de piedras de granito reventadas por la acción del cambio de temperatura del día a la noche. Las vistas son espectaculares pero este día soplaba desde muy temprano un viento algo fuerte que traía calima del desierto (harmattan), por lo que las vistas estaban reducidas a unos pocos kilómetros. Pero subir a lo alto, sentarme, observar relajadamente las casitas, oír el canto de los pájaros que estaban posados en los pocos árboles verdes que quedaban y el murmullo, allá abajo, de las voces de los agricultores que trabajaban con enormes regaderas en sus pequeñas parcelas me dejó completamente embelesado. Había cumplido, a pesar de todo, el objetivo que me había traído hasta aquí.