Porto Novo, antigua ciudad colonial fundada por los portugueses, cuando establecieron un puesto para el negocio de esclavos en el s.XVI al borde de la laguna Nokoue, es ahora capital oficial de Benin desde que fue utilizada por los franceses como capital de la colonia de Dahomey, y situada a muy pocos kilómetros de Nigeria. Capital igualmente de la etnia Gun que pertenece a la misma familia de los Fon de Abomey, con casi la misma cultura y tradiciones.
Tras haber pateado bastante la ciudad puedo considerarla como una hermosa y relajada villa que aún conserva algunos restos de arquitectura colonial portuguesa en la parte antigua donde destacan las estrechas calles, las casas banco (con paredes de arcilla y tejados de chapa ondulada) junto al movidísimo centro comercial Grand Marché y los edificios de arquitectura colonial que llegan hasta la orilla de la laguna.
Visitas casi obligadas fueron el Museo Casa Da Silva, una preciosa casa de estilo afro-brasileño (1870), donde se puede ver algunos recuerdos de esta familia: piezas de colección vudú, viejos coches, o elementos de cacería como cabezas de gacelas o algunas pieles; el Museo Etnográfico, otro edificio colonial que exhibe cantidad de máscaras tradicionales yorubas, armas, instrumentos musicales... Una de las plantas está dedicada al nacimiento, vida y muerte, donde destaca artefactos vudúes como complemento de la vida del africano; la mezquita del Gran Marché, un edificio de estilo cristiano-brasileño del s.XIX, que albergó una iglesia y ahora es una hermosa y curiosísima mezquita. Pasear por las estrechas callejuelas del barrio Yoruba, resulta bastante atmosférico. Destacan los altos muros de tierra roja que rodean las casas más antiguas perteneciente principalmente a los primeros comerciantes que llegaron.
Visitar en canoa el poblado Aguegue, mucho más pequeño que el de Ganvie, y al que no pude ir porque en estas fechas no hay tanta agua como para verlo en su más bella estampa; el mercado del pueblo Adjara, que se realiza cada cuatro días, pero esta vez coincidió en domingo y no hubo mucha gente. Se puede ver lo mejorcito en alfarería o cestería de todo el país, fabricación de djembés, o vestimienta tie-dye -pintadas a mano en blanco y azul-, cantidad de cerdos, cabras -vivos y amarrados-, para comer. Incluso animales de compañía. Muchas piraguas llegan de Nigeria, que se encuentra muy cerca, cargadas con la más variada mercancía para ser vendidas en este mercado, por lo que se ven muchas personas de la etnia Yoruba.
Luego hicimos un paseo en canoa por el río Negro y una visita a un poblado con gran presencia vudú -como en todos por esta zona del país- y la manera de hacer el aguardiente local (sodabi) que es de palma.
Y el fin de semana se celebró el Carnaval Afro-Brasileiro, que como todos los años cae a mitad del mes. Pero esta vez no se sabía la fecha exacta hasta el último día. Cosas de Benin!, me decía un vecino.
Los esclavos africanos que fueron llevados a Brasil mezclaron algunas de sus tradiciones con la religión católica, y los descendientes de éstos, al regresar a Benin, se trajeron el culto a la Virgen del Bon Fim, muy querida mayoritariamente en Salvador de Bahía, donde se encuentra su iglesia, y que una vez al año es sacada en procesión como una de sus celebraciones más importantes. Es la ciudad brasileña donde más negros hay, y donde más vudú con trance se practica, visten de blanco y bailan al frenético resonar de tambores hasta que algunos llegan a perder el control. Se colocan un fino hilo en la muñeca y piden un deseo, hasta que éste, con el tiempo, termina por romper, entonces dicen que el deseo se cumple. Muchos lo compran en la iglesia para regalar a los familiares y amigos.
Aquí, en Porto Novo, se realizó un pasa-calle con varias figuras gigantes, una vaca de disfraz e igualmente un caballo montado por un jinete con careta plástica, algunas mascaritas, mujeres vestidas de blanco, y que concluyó en la plaza de la Asamblea Nacional donde había una carpa montada con muchas sillas. Tras la charla de turno comenzó la fiesta con una exhibición de Capoeira y varios grupos de canto que invitaban a bailar a los que allí estábamos.
Al día siguiente la misa de la mañana daba paso a la comida y al baile de la tarde donde ya había más gente que se unió al evento. Otros muchos, que nada tenía que ver con la comunidad, se agruparon para ver la fiesta con caras de extrañados. La suerte hizo que los actos se realizaran justo frente al hostal Casa Danza (7.500cfa) donde me estaba quedando.