Los mercados, vibrantes, coloridos, enérgicos y numerosos son el lugar de encuentro semanal principalmente de mujeres donde comercian, mantienen vivas las relaciones sociales, se evaden de la rutina del pueblo y en la mayoría de los casos del dominio machista impuesto en casi todos los casos por los hombres de la familia. Sentadas en banquetas o en el suelo exponen sus heterogéneas mercancías sobre telas, sacos de arpilleras trenzadas, alguna mesa improvisada, o las más afortunadas bajo los tradicionales puestos de madera y rafia. Otras, tan sólo con unas desojadas lechuguillas, un puñadito de tomates o algunos pocos pimientos "jillaos" a causa del aplastante sol, colocados simétricamente pues creen que de esa manera "le puede dar suerte", ya que es lo único que habrán podido cosechar en ese momento esperan impasiblemente poder venderlos y ganar unas pocas monedas con la que poder comprar otra cosa que le haga falta para llevar a casa.
Pero también es el día de los hombres encargados de vender tanto sus animales (cabras, ovejas, camellos, toros, vacas...), como de los trabajos artesanales (bisutería, zapatería o sastrería), o bajo toldos donde realizan y exponen toda una amalgama de tejidos estampados en llamativos colores, trajes tradicionales o de moda, camisas y faldas que pueden confeccionar en prácticamente una hora.
Es un encuentro que se puede convertir en fructífero si la mercancía que se expone está económicamente al alcance de todo el mundo. Pero no es lo mismo un gran edificio repleto de mercaderes que pagan una cuota mensual por su puesto y abren todos los días para conseguir mantener a sus familias, que esta romería semanal en la cual lo principal es relacionarse con todos. Estos mercadillos hacen también las veces de “correveidile”, muertes, nacimientos, cobro de viejas deudas… Cada mercadillo tiene sus normas. Nada se hace al trancazo. La carne y el pescado “fresco”, incluso coleando -siempre habrá alguien que agite el agua del caldero para que se oxigene y vivan mas tiempo los peces- se agrupan en los lugares sombreados. El ahumado, mayoritario en África, donde la electricidad y, por tanto, los frigoríficos todavía son un lujo alcance de muy pocos, se amontonan en canastas sorprendentemente inodoras. Las piezas de cordero y buey, cuelgan sin cabeza ni tripas o ya troceados sobre una mesa de madera o una plancha oxidada. Muchos clientes serán los mismos comerciantes que un poco más allá exponen también sobre oxidadas parrillas de chapas de vehículos los pinchos de carne prestos para ser devorados por los asistentes al evento. O los mismos mercaderes que tendrán que pasar toda el día a la espera de vender sus mercancías.
Las mujeres se encargan de hacer la comida en calderos, mayoritariamente chinos, sobre un puñado de gruesas ramas: arroz, judías, carne o pescado en salsa, cous-cous de manioca, la pâte o foufou…
Y en los lugares más expuestos al aplastante sol están los puestecitos de condimentos en polvo o troceados: Guindillas, Clavos, Jengibre, Especias, Aceites y Mantequilla de Cacahuete, Salsas picantes, Bolas negras de irreconocible composición (la original pastilla Magi africana) que darán sabor a las comidas... Las enormes cáscaras de calabazas africanas hacen de recipientes ligeros y barato válido para todo: grande, es una palangana para la mantequilla de karité, granos de mijo, arroces… Mediano, para beber el chukoutou o cerveza local, leche de cabra.... Y pequeña para usarse como cuchara. Esta obra artesanal compite hoy día con las coloridas y baratas palanganas de plástico chino que inunda irremediablemente todos los mercados “del mundo”. Igualmente los puestos de artículos de fabricación china. Innumerables productos que tanto daño está haciendo a los objetos tradicionales que se están dejando de hacer debido a los irrisorios precios de venta y que comparado con la cantidad de horas que lleva para su fabricación no merece la pena trabajarlos.
Los puestos de frutas en las regiones más calurosas del país son escasos. Como escasa la variedad: Naranjas, Papayas, Plátanos, Manzanas… Los asistentes se acercan de forma progresiva al mercado que desde por la mañana muy temprano va recibiendo a los visitantes, venidos de lugares tanto cercanos como lejanos.
Al atardecer todos recogen. Comienzan a quitar el polvo de sus mercancías y a guardarlas ordenadamente en cajas de cartón o amarradas con cuerdas para un mejor transporte. Camiones, furgonetas y carros se van cargando a tope con todo tipo de fardos y cajas. Quizás al día siguiente, o esa misma tarde-noche se dirigirán a otro lugar donde será el "Día de Mercado", y nuevamente comienza la función.