Pasear por Tombuctú me ha sido sencillo y agradable ya que me quedo en el centro y las distancias no son muy largas. A pie y con tranquilidad se puede recorrer completamente. La avenida principal se encuentra ya casi engullida por la finísima arena que el viento trae del desierto y de las calles adyacentes que son todas completamente arenosa. Ando en cholas como si estuviese paseando por la playa. De lo que fue una misteriosa ciudad en su momento glorioso, aún quedan algunos indicios, aunque muchos completamente restaurados.
Sus tres mezquitas, de las más antiguas del oeste de África, representan el claro ejemplo de arquitectura sudanesa que prevalece a través de todo el Sahel. La Mezquita Dyingerey (s.XV) es la más antigua y construida por un arquitecto y poeta andalusí, con forma piramidal por su base y tiene unas torres cónicas. La de Sankoré (s.XVI), se dice que la construyó una mujer bereber que quería imitar a la Ka'aba, en La Meca, funcionó como universidad siendo la escuela de árabe mas grande con cerca de 25.000 estudiantes. Y la de Sidi Yahiya (s.XV) cuya estructura ha sido objeto de alteración considerable en el tiempo y ahora es conocida principalmente por sus puertas adornadas con piezas de hierro forjado, característica de los Tuareg. A ninguna de ellas pueden acceder los no musulmanes.
Varias bibliotecas y casas particulares guardan antiguos manuscritos -algunos del s.X- que son obras de arte por cómo han sido redactados -usando tinta de oro- que tratan sobre leyes como la sharía, fragmentos del Corán -que siglos atrás posiblemente llegaría hasta esta ciudad en caravanas procedentes de Medina-, gramática árabe, tratados jurídicos, geografía, medicina, astrología, poesía, proverbios y otros escritos sobre la historia de grandes imperios africanos, muchos de ellos de finísima caligrafía en oro y policromía. Incluso traídos de Granada cuando los moriscos fueron expulsados de España. Los libros fueron en su día, en Tumbutú, más importantes que el oro y los esclavos. Los mercaderes traían telas, especias y sal de lugares tan lejanos como La Meca o el Cairo para cambiarlas por oro, marfil y esclavos del interior de África. Mientras la ciudad se enriquecía, en ella se construía mezquitas que luego atraían a eruditos, quienes a su vez fundaban academias e importaban libros de cualquier lugar del mundo islámico, que a su vez eran elaboradamente copiados por calígrafos para las bibliotecas locales de sus maestros y los acaudalados mecenas. Por eso fue llamada "la Ciudad de la Gran Sabiduría".
Muchos turistas salen decepcionado de esta pequeña ciudad para lo complicado y laborioso que es acceder a ella. Y según como se lo tome el viajero podría ser realidad pues aquí hay que venir con ganas de pasear sin rumbo alguno y dejarse llevar por el ambiente. Es igual de sucia y polvorienta como las demás y aunque estos días han estado nublados he tenido que regresar a medio día para ducharme y reposar pues el calor es excesivo, saliendo a las 4 de la tarde para continuar las visitas.
El Gran Mercado y sus calles adyacentes es donde más actividad se puede encontrar, y el mercado chico varios cientos de metros mas allá es caótico, sucio, bullicioso, deprimente, o llamativo, activo, interesante, según el estado de ánimo que tenga el descaminado paseante. El barrio antiguo a donde iba todos los días a perderme entre sus laberínticas, polvorientas y arenosas callejuelas está colmado de historia. Viejísimas casas de ladrillos de adobe en estado caótico se encuentran encajonadas entre otras de mejor aspecto arquitectónico o de recién reformadas fachadas que, aunque el resultado es llamativo, las hace ser menos románticas. En 1.990 fue declarado Patrimonio de la Humanidad donde se encuentran las casas de los exploradores que hasta aquí llegaron. Eso ha dado pie a recibir ayudas para su recuperación. Ahora son propiedad de algún vecino.
El museo es otro de los sitios que quería ver. Aunque no es muy grande tiene una cantidad bastante interesante de artefactos tuaregs y songhais como utensilios de casa, cuencos de todas formas y tamaños que siguen usando actualmente y otros tan antiguos como la ciudad, cucharones de madera, mazos, artículos de orfebrería, collares, pulseras, zapatos y babuchas de cuero, tambores y violines tradicionales... Y en el centro del patio se encuentra el primer pozo de agua (Tin) que dio nombre a la ciudad. Lo vigilaba una vieja llamada Bouctoú, mientras los tuaregs salían al desierto a hacer sus negocios de intercambios con otros pueblos. Al lado se encuentra una choza de madera y rafia que bien podría ser la de los Bellas, esclavos de los tuaregs que viven en Tombuctú. Estas viviendas se pueden llegar a ver en descampados y por todo el barrio antiguo, integradas en los laberínticos callejones entre las casas. Algunas ocupan el antiguo solar de un edificio que hubo colapsado y la familia al no poder levantar la casa posiblemente son los que viven en su interior. En otros casos pertenecen a familias que se han instalado en los solares con permiso de los propietarios.
Lástima que estos días siga nublado y el viento esté aumentando cada vez más. He ido al norte de la ciudad, a lo que se podría denominar "la puerta del desierto" frente al monumento de la Llama de la Paz, para observar sentado entre las dunas la caída del sol pero grandes nubes en el horizonte han impedido ver las tonalidades del anochecer.
Eso me ha impedido disfrutar del desierto del Sáhara, pasear en camello al atardecer, ver la magnífica puesta de sol, dormir bajo las estrellas y regresar a la siguiente mañana. Me han hecho algunas ofertas por parte de jóvenes tuaregs que tienen camellos, pero para perderme lo más interesante del recorrido... lo tendré que dejar para otro lugar y otro momento. Ya lo he vivido en el norte de Burkina y en India, como para regresar decepcionado de algo que se puede presentir, ya que el tiempo no parece que vaya a cambiar a mejor.
Este domingo asistí a la misa de las 8 de la Iglesia Católica que se encuentra en el edificio junto a mi habitación. Casi dos horas de charla y bellos cantos africanos para acompañar. A una sola voz las mujeres cantaban y los hombres sentados en los bancos de enfrente les respondían también con cantos. Al concluir me pidieron que dijera unas palabras de presentación, en francés, que al final tradujo el cura sustituto del párroco Gerónimo que se encuentra ausente en Bamako. Aquel que hablaba español y me permitió dormir en su parroquia.
Ya he comprado el billete del taxi-brousse, un Toyota 4x4, que sale de la trasera del mercado todas las mañanas a las 4 hacia Mopti.