En la estación de taxi y mini-buses de Mopti todos los días, entre las 6 y las 7 sale un bâchée (mini-bus) de 15 personas en el que meten a 21, si consigue llenarse. Siendo lunes, era aún más sencillo. El día anterior me acerqué a la estación para reservar una plaza y me dijeron que no era necesario. Tan sólo llegar antes y coger sitio. Pero no fue así. Cuando llegué alguien había reservado "cabine" que corresponde a las dos plazas junto al chófer el día anterior. Es, sin duda alguna, el lugar más cómodo para viajar en este tipo de transporte. En fín, no hay quien entienda a esta gente!.
Llegar a Djenne no es tan complicado como parecía en un principio. Casi tres horas de trayecto mas media hora para cruzar el río en transbordador y llegamos en pleno apogeo mercantil. Sorteando una interminable cantidad de individuos que se me iban presentando para acompañarme a mi destino me dirigí, sin hacerles puto caso, directamente al Albergue de Djenné donde por 10.000cfa conseguí habitación con ducha y baño. Un complejo muy bien situado, y bien cuidado, con un restaurante junto a la recepción en el centro del amplio recinto y todo guardando el estilo tradicional del entorno. Habitaciones de gruesos muros de adobe con una amplia cama bajo un mosquitero, ventilador y el baño sorprendentemente limpio. Otras son climatizadas, y más caras. Necesitaba descansar. Era medio día y el tórrido calor invitaba a una buena ducha y reposar un poco para retomar energía. Mi intención era quedarme varios días sobre todo para ver el mercado, recorrer las intrincadas callejuelas -lugar que me recordaba a Tombuctoú- y algunos poblados del río. La sorpresa la llevé nada más salir a la polvorienta calle. Una "repugnante plaga" abruma este pueblo: "los pseudo-guías", unos sujetos que acosan a los turista para conseguir ser su guía particular. Es algo asombroso. No lo había vivido ni en la India. A cada momento alguien se acercaba para hacer las mismas preguntas: nacionalidad -ah, tengo un buen amigo que vive allí...-, nombre?, tiempo de estancia?, has visitado...?, te enseño la tienda de...?, soy artesano de... No se puede caminar varios metros sin ser interceptado por alguno de ellos, y se hace imposible ser cortés con este tipo de gente. No hay tiempo suficiente en un día para hablar con todos los que se acercan. Es preferible encerrarse en la habitación, leer, oír música.... Se llega al final del día mucho más relajado que caminar por las calles de Djenné. La única manera para no ser molestado por los demás es contratar a uno de ellos y estar todo el día sin separase de él. Qué necesidad? Luego, pasear por la parte antigua, se me hizo en cierto modo igualmente agobiante. Todos los niños chicos que me veían: TUBABU!!, TUBABU!!, TUBABU!! (extranjero!!)... hasta que me dejaban de ver. Que poca tranquilidad y que mal ambiente. Pero aún así continué caminando y disfrutando de lo que me iba encontrando: las altas casas de ladrillos de adobe se pierden entre encrucijadas callejuelas de tierra, de anchos muros que impiden el paso del enorme calor. En su interior un patio hace de encuentro. Unas elaboradas ventanas, las celosías pintadas de verde y rojo y las puertas decoradas con grandes eslabones y remaches de cobre delatan el estilo Marroquí. Las otras, más austeras son de estilo Tukolor.
Al final opté por cambiar de planes: al día siguiente saldría en guagua hacia Segou, para hacer una parada a medio camino hasta llegar a Bamako, la capital. Allí quiero coger el visado para entrar en Costa de Marfil. De Djenné, sólo me ha quedado en mente esa enorme edificación religiosa (56mt. x 56mt.), la mezquita más grande del mundo hecha de adobe, paja y aceites (banco), declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988. Está atravesada por estacas de madera simétricamente colocadas, que a la vez sirve de andamiaje para hacer sencilla su reparación, que corre a cargo de toda la comunidad, pues en la época de lluvias el agua y el viento se lleva gran parte de la capa externa de banco, haciéndose imprescindible su recubrimiento. Es la llamada "Fiesta del Enlucido", que comienza al amanecer del último día del Ramadán.
Está situada con una ligera elevación detrás de un muro de más de tres metros de altura sobre una gran explanada o plaza de tierra donde todos los lunes se instala el mercado de la semana. Carece de minarete y en su frontis hay tres torres que sobresalen de la fachada acabadas en un alto pináculo cónico que domina toda la ciudad, al igual que los múltiples sinuosos contrafuertes que rodean todo el edificio. El paso del tiempo y el material utilizado han ido redondeando las formas de esta hermosa mezquita a la que no se puede acceder si no es musulmán, a no ser que se llegue a un acuerdo económico con un intermediario que consiga hablar con el Imán. En el interior destaca la gran cantidad de columnas que, según se cuenta, podían dar cabida entre sus paredes a toda la población que en Djenné vivía en el momento de su construcción. Sólo el uso de un arco gótico revela del influjo de arquitectos europeos.
Cuenta la leyenda que en este mismo lugar existía un palacio del siglo XIII que, cuando el rey Soninka Koi Kunboro se convirtió al Islam, lo destruyó para construir una lujuriosa mezquita sobre él. Seiscientos años más tarde al sultán Sekou Amadou no le pareció propia para el Islam y dejó que la climatología acabara con la edificación (no conciben que se destruya una mezquita). Se volvió a construir otra mezquita mucho mas austera que tampoco agradó y finalmente en 1989 se construyó la actual.
Los viernes sería un buen momento para verla en plena acción, pues cantidad de vecinos van a orar dentro y fuera de ella, donde los lunes se asienta el bullicioso y caótico gran mercado, que como todos, es más de lo mismo. Destaca la cantidad de mujeres peúles (bocas pintadas en negro con marcas en la cara) y otras de los poblados aledaños con sus coloridos vestidos bajo frágiles toldos de plástico negro o improvisados puestos con techos de troncos retorcidos y tapados con telas exponen sus mercancías. El incontrolable movimiento de gente de un lado a otro, o bloqueando los estrechos pasillos que quedan entre los puestos, y otros amontonados en alguno de ellos expuestos bajo el trepidante sol luchando por los precios es, al menos, fascinante.
La mañana tempranera que cogía el bus estaba cargada de una densa calima. Mientras amanecía, apenas se podía ver varios cientos de metros más allá. Pensé en ese momento que en el fondo ha sido una buena idea huir de allí. Poco podría haber visto de los pueblos que quería visitar. El ambiente era térreo, ceniciento, poco colorido como para disfrutar de los paisajes y de los poblados aledaños. Nuevamente subir al transbordador para atravesar el río, y disfrutar de las imágenes que aparecían ante mi ventana. El verde se acentúa y los poblados cerca de la carretera cada vez son más continuos.
La llegada a Segou, a medio día, fue más rápida de lo que esperaba. Apenas se realizaron algunas paradas para recoger gente por el camino. Me dirigí en taxi a la Misión Católica para conseguir habitación económica. Y funcionó. Por 6.000cfa con ducha y baño exterior. Céntrico, junto al río donde los atardeceres son imponentes en esta parte del país, pero la calima lo dificultó. Ésta es un ciudad tranquila, mucho más cuidada que las que he visitado anteriormente y con cantidad de arboleda y vegetación que la hace aún más relajada para pasear junto al río Niger o a la sombra de sus innumerables balanzanes, el nombre del árbol de acacia local que proliferan en esta zona, por eso se le conoce también como la ciudad de "Balanzan". Fue la capital del reino Bambara en el pasado y ahora capital de la cuarta región administrativa de Mali. Recorrer sus calles es toparse con dos estilos arquitectónicos diferentes: el colonial francés y la arquitectura tradicional, Sudanesa y Neo-Sudanesa. Es decir, que sus casas de barro se alternan con las construcciones de estilo colonial por eso le confiere un encanto especial.
Las mujeres realizan los trabajos de cerámica a mano con el barro que extraen directamente del río y una vez acabados los llevan hacia el mercado local del lunes donde lo venden junto a los principales productos: algodón, oro, cuero, vegetales, frutas, cereales y ganado. Las artesanías más famosas de Segou se fundamentan en la cerámica, los tejidos (mantas, alfombras y envolturas), en la fabricación del Bogolan (una variación distintiva de tela pintada con barro), en la pintura y en la escultura. Se la considera como la capital de la cerámica de Malí con un "distrito dedicado a la cerámica" en Kalabougou, un poblado situado en el margen izquierdo del río.