El Gher-N-Igheasen (río de los ríos), nombre bereber del Río Níger realiza un plácido y relajante recorrido de 4.200kms. desde su nacimiento en Guinea Conakry, bañando río adentro innumerables pueblos y aldeas que en tiempo de crecidas llegan algunas zonas a convertirse en pequeñas islas, en una tierra de inmensos contrastes, cambiantes paisajes, atravesando las ardientes arenas del desierto sahariano y desembocando en el pantanoso delta del Golfo de Guinea.
El único medio de transporte por lo tanto son las embarcaciones tradicionales: Pinasas (largas y estrechas piraguas a motor con un toldo, de hasta dos pisos, que cargan todo tipo mercancías y llevan también pasajeros. Son más rápidas que los barcos pero más incómodas) y las piraguas normales que las hay de diferentes formas y tamaños para el transporte de pasajeros.
Para llegar hasta Tombouctoú no es necesario hacerlo por el río, pues hay otros transportes por carretera, aunque el trayecto sea algo lento, incómodo y caluroso. Pero teniendo tiempo de sobra, como es mi caso, no me ha importado esperar una semana hasta la llegada del barco de la Compañía Maliense de Navegación (C.M.N.) que realiza el trayecto desde Bamako hasta Gao en una semana, o más, según dure las paradas debido a la cantidad de mercancías a cagar y descargar, haciendo diversas paradas durante su recorrido, volviendo una vez cargados nuevamente a su punto de partida. En mi caso, que llegué a Gao un martes a medio día, había perdido la oportunidad de haberlo cogido inmediatamente si se hubiera retrasado un día como ha sucedido ahora, lo que me hizo quedarme una semana, aprovechando que a la familia de acogida no le importó un extraño entre sus integrantes, que eran bastantes, por cierto.
El barco que cogí, el Tombouctou, es un ferry pequeño que se encuentra en relativa mejor condición que los otros dos (el Kankou Mussa y el General Soumaré) y es bastante cómodo. Tiene cinco clases diferentes: Cabinas de Luxe, con dos camas, baño y es climatizada, ubicadas en la cubierta superior; los Camarotes de Primera tienen también dos cama o litera, un lavabo y se encuentran en la cubierta de en medio; los Camarotes de Segunda tienen dos literas (cuatro personas), están en la cubierta segunda, no tienen ventilador, y es absolutamente calurosa durante todo el día y parte de la noche, y es la que cogí (37.500cfa/tres comidas al día) con los apestosos aseos fuera y compartido con los demás pasajeros; las de tercera clase tienen hasta seis literas y están situadas en la cubierta inferior donde se encuentra la cocina, y en un ladito de la misma, junto a la barandilla, algunas señoras preparan comidas en calderos cuando la cocina del barco no da a basto, junto a los vendedores de frutas, verduras y cachivaches para mujeres y niñas; la cuarta clase, la más económica, corresponde a todas las cubiertas y desperdigados por donde se pueda. Hasta las balsas salvavidas están llenas de objetos personales para que haya más espacio para la gente que está botada por en el suelo, sobre las esterillas o en colchonetas. Con el paso de las horas se convierte en auténtico amasijo de gente, bultos de todo tipo y suciedad. Dispone de un bar climatizado en la cubierta superior donde van todos a beber, fumar, ver alguna película y, de un comedor en la del medio, al lado de los baños comunes, cuyo único plato del menú es bastante colmado: arroz con salsa de arachide, con salsa y carne, ñame en salsa o espaguetis en tomate. El desayuno es media barra de pan con mermelada y un poco de nescafé con leche.
Al anochecer, bajo una hermosísima luna llena salimos del puerto de Gao. Parte de la familia había acudido para despedirme. En pocos minutos la embarcación fue dejando atrás las pocas luces que a esa horas se vislumbraban desde la ciudad, y sobre la 1:00 detuvo su marcha junto a una de las orillas, que se podía ver con claridad debido al resplandor lunar y donde se oían de fondo el repetitivo e incansable cantar de las aves. No se si de suerte, casualidad o que el encargado de la oficina del puerto donde había reservado el billete del barco se enrolló muy bien conmigo pero en mi camarote sólo me he quedado yo, lo que me ha dado la oportunidad de dormir las tres noches sin que nadie me molestara con ronquidos o entrando y saliendo a cada rato.
No arrancó hasta las 4:30. Y al amanecer, la estampa de la hermosa orilla, un verde manglar por un lado y el sonido de la canela agua del río sobando el casco del barco era muy agradable. Lástima que el viento que se había levantado desde hacía unos días, y que el martes trajo un poco de lluvia, llevara durante todo el recorrido hasta Tombuctú nubes de polvo y arena del desierto pero por otro lado dejaba bucólicas siluetas de un sol velado por la calima que se acababa difuminando en el horizonte.
Aún así, las imágenes que se ha quedado en mi mente, y algunas en mi cámara, han sido extraordinarias: aldeas de casitas en la misma orilla rodeada de verdes pastos que procedían directamente del río y detrás dunas de color ocre que envolvía todo el resto del paisaje; isletas completamente cargadas de vegetación que han quedado en medio del río debido a la cantidad de agua que lleva, donde algunas cabañas de madera y rafia o pequeñas casitas cuadradas de adobe desvelan la existencia de alguna comunidad, posiblemente pescadores bozos; canoas casi escondidas entre la verde vegetación con un padre y un jovencito recolectando juncos y cargándolas en la pequeña embarcación y que más adelante laboriosamente serán convertidas en rafia para techos o cesterías; y orillas que servían de embarque a los aldeanos de los poblados aledaños que transportaban todo tipo de bártulos o animales, como cabras -la proa del barco llevábamos una pequeña granja con gallinas y cabras con destino a "cualquier lugar"- o motos empujadas por varios individuos con agudo equilibrio que les evitaba caer de la estrecha pasarela; y mujeres que subían con sus cestas en la cabeza sólo a vender pescado seco, pollos, frutas, dátiles salvajes de las acacias del desierto; gente intentando subir y bajar a la vez cargando enormes colchones, sillones de un tresillo, jaulas de aves, grandes bolsos y sacos que apenas podían mover entre tanto barullo; fardos de algodón que la tripulación se esmeraba en colocar a todo ritmo de la manera más inverosímil para que pudiese entrar aún mas cosas; o canoas a motor que se enganchaban al barco y aprovechaban para vender unas pocas gallinas que más tardes serían asadas en un pequeño fogón sobre la cubierta inferior...
En las orillas o los puertos que parábamos era siempre un hervidero de almas vestidas con los más diversos y llamativos colores, o de curiosos que se acercaban simplemente a ver el barco maniobrar. Era el acto más importante de la semana en la vida de unos aldeanos que en su monótono que-hacer diario servía para realizar una parada relajada y dedicarse a observar. Al igual que los niños, que atraídos también por el barco saltaban de alegría mientras nos saludaban con ambas manos. En la orilla unas mujeres lavaban la ropa o limpiaban los calderos que sirvieron para hacer la comida en el puesto callejero del puerto.
En fin, me ha servido para conocer diversos aspectos geográficos, paisajísticos y humanos, sobre todo en el barco con una gente muy curiosa, principalmente los muchachos que se interesaban por mi destino, o mi procedencia. Tres noches y dos días navegando el río Niger que han servido para seguir avanzando en mi viaje, con dirección esta vez oeste y llegar hasta las puertas de dos desiertos: el del Sáhara y el del Sahel.
Ahora me encuentro en la legendaria ciudad caravanera de Tombouctou, fundada como campamento estacional por los Tuareg en el año 1.100, y que con el paso de los años fue un centro comercial inmensamente rico gracias a su ubicación en el cruce de las dos arterias comerciales más importantes: las rutas de las caravanas que procedían del desierto sahariano y la navegación por el río Niger. Fue lugar mítico soñado por los viajeros del pasado, y que gracias a las tecnologías me ha sido muy sencillo llegar. Estaré varios días estudiando la historia de este pueblo perdido entre las dunas del desierto para luego salir dirección sur en busca de más aventuras.
En 1.996 se celebró aquí el acuerdo de paz que puso fin a la rebelión de los Tuaregs y los árabes contra el gobierno maliense quemando y destruyendo simbólicamente unas 3.000 armas. El monumento de la Llama de la Paz así lo refleja al norte de la ciudad frente al desierto.
Alcanzamos el puerto de Koroumié, a 17kms. de Tombuctú, a las 7 de la mañana así que nuevamente habíamos llegado con un retraso de más de 10 horas que me sirvió para ahorrarme una noche de hotel y poder ver el lugar con luz plena. Había leído que algunos mochileros se habían quedado a dormir en la Misión Católica de Tombuctú por lo que quise probar suerte e intentarlo. Los hoteles y camping son algo caro a no ser que uno se quede a dormir en las azoteas o en tiendas tradicionales dejando las mochilas sin mucho control.
Cuando me dirigía a un jeep 4x4, que hace de taxi colectivo, un joven de tantos con quien había tenido alguna conversación en el barco fue a mi encuentro y me llevó hasta su padre, que había venido con su coche a traer a unos familiares y de paso saludar a su hijo que seguía rumbo en el barco hacia otro pueblo. Me dijo que subiera al coche de su padre, que me alcanzaría hasta Tombuctú. Vaya, que suerte nuevamente!! Saliendo del puerto llevó también a un militar que hacía autostop. Conducía su Mercedes casi nuevo como todos los africanos, a lo loco, pasando por encima de los baches sin darle importancia, hasta que en un momento que sacó la cabeza para oír un imaginario ruido en la rueda trasera el coche se le fue del carril y chocamos contra un poste de luz. Rompió radiador y ventilador. No lo podía creer. Era testigo presencial de las imprudencias que tanto he criticado en este viaje por África. Varios coches pararon para ayudar y al final tras varios intentos infructuosos de arreglar el tema continuamos ya que faltaban pocos kilómetros para llegar. Dejó el coche en su trabajo y subimos a otro para continuar hasta nuestros destinos. A mí me dejó primero, cerca de la Iglesia Católica, lugar donde quería quedarme a dormir.
Tras preguntar la posibilidad de alojarme unos días, el vigilante, Abdurramán, un musulmán que también arregla zapatos en la acera de enfrente hizo algunas llamada y me pasó con Gerónimo, el sacerdote encargado de la parroquia y que habla español. Luego de hacerme algunas preguntas me permitió quedar a pasar algunas noches. Tendré que pagar la voluntad. Conseguí una habitación muy polvorienta, pues hacía tiempo que no se abría, con dos camas, ventilador colgado del techo, luz, salón-comedor y baños con ducha. Nuevamente... que suerte he tenido.
He paseado un poco esta polvorienta ciudad y parece interesante. Los próximos días, si el tiempo es bueno, intentaré contactar con algún Tuareg para acordar un paseo en camello por las dunas saharauis y pasar una noche bajo las estrellas durmiendo entre las dunas, ya que al ser fin de semana la oficina de turismo está cerrada y son quienes con mayor fiabilidad pueden conseguir algún conocido que tenga camellos y haga paseos por el desierto.