A las 5 de la mañana un taxi (Toyota LandCruiser 4x4) pasó a recogerme por la Misión. Casi estaba lleno y sólo quedaba ir a buscar a otros tres pasajeros a sus casas. Las salidas suelen ser aún más temprano (4 AM), y todo depende de la cantidad de gente que vaya recogiendo por el pueblo hasta llegar al último que podría ser como en éste caso a las cinco y media.
No hay carretera hasta Douentza, la ciudad cruce entre el Norte y el desierto, sólo son tramos de arena o tierra mas un trayecto en transbordador (30min.) por el enorme lago que forma el río Niger a una hora de Tombuctú. Como quedamos fuera del cupo de carga tuvimos que esperar a que viniera el siguiente. Casi cuarenta minutos más.
Ocho horas más duró el trayecto hasta Douentza, y una vez allí tuve que esperar que pasara una guagua con plazas vacías para poder continuar el viaje hasta Sevare.
En la estación de taxis de Tombuctú nos habían vendido un billete hasta Mopti con la garantía que nada más llegar estaría esperando otro por nosotros para continuar el trayecto. Pero nada de eso era cierto. Y es algo muy corriente que digan mentiras, para de esta manera asegurar la venta de billetes de transporte.
En la parada, que es general para todas las guaguas, hay bajo un puesto techado de madera una mesa con un sujeto que vende los ticket de bus y toma nombre ordenadamente de los pasajeros.
Desde aquí comienza el cambio paisajístico. Del claro color de la arena al rojizo de la tierra. El viento apenas lo levanta por lo que las vistas llegan a ser más lejanas. El aire es algo más fresco, limpio y aparecen los primeros Baobads con sus hojas verdes y enormes frutos colgando. No los había visto así el viaje anterior porque era época seca, pero ahora tras las lluvias están completamente remozados. Cómo me gustan estos árboles. Quizás sea porque representa a la zona más húmeda. Cierto es que en estos dos últimos viajes por África he terminado hasta los cojones de tanto polvo del desierto. Una arena tan fina que cuando pasa un vehículo o se levanta un poco de aire el ambiente se hace irrespirable. Nuevamente, en esta ocasión terminé con la garganta en lastimoso estado. Y aún continúo con problemas respiratorios.
Siguiendo el trayecto, otras tres horas de espera más debido a que sólo pasaron dos guaguas, y otra hora más de espera a la salida del pueblo, delante de la policía, para identificar a varios paisanos que iban indocumentados.
Un poco antes de Sevare más de lo mismo, pues tuvieron que volverse a bajar los mismos pasajeros para el mismo procedimiento. Un tipo se escondió en el habitáculo del baño para que no lo pillaran. Llegamos a Sevare ya de noche, y al no haber transporte a esas horas hasta Mopti, tuve que hacer noche allí mismo. Y gracias a un tipo que trabaja como guía para el Repas du Dogon, que se me acercó con su Scooter y me indicó que me llevaba gratis hasta ese establecimiento, un hostal muy placentero con habitaciones limpia que en estas fechas que no hay turismo están aprovechando para arreglar algunas de ellas. La mía sin baño (7.000cfa) tenía cama doble y ventilador en el techo. Era fresca y olía bien. Supuestamente, en agradecimiento debería de cogerlo como guía para visitar cualquier lugar: Mopti, País Dogon, poblados cercanos... Pero mi intención era continuar hacia Mopti y desde allí organizarme yo mismo mi itinerario establecido. Tenía claro que Sevare no sería tan atrayente como quedarme cerca del río, así que al día siguiente subí a un destartalado taxi compartido, Peugeot 404, que se encontraba estacionado junto a otros en la avenida principal esperando por más viajeros y me fui directo a Mopti.
El trayecto concluyó en la Gare Routire de taxis y minibus, y desde allí me dirigí a pie a través de la avenida junto al río al hotel Y a Pas de Probleme. Que maravilla de hotel para toda la mierda de sitios que me he estado quedando. Por 5.000cfa en habitación compartida o 10.000cfa habitación doble con ventilador. De ahí para arriba con más lujos. Tiene una pequeña piscina y una azotea en la que hay un restaurante y zona de acampada con colchón y mosquitero (2.500cfa) que cuelga de las líneas de colgar la ropa. Lástima que las bebidas las tengan carísima. Y la comida aún más.
Lo primero que hice fue hablar con el encargado del hotel para que me buscara un guía del País Dogón. Por la tarde lo tenía en la puerta de mi habitación. Estuvimos poco tiempo hablando, lo suficiente para entendernos y programar la ruta a realizar. Cuatro días y tres noches nos pareció lo más adecuado para lo que yo estaba interesado en ver de esta comunidad quienes hace varios cientos de años vivía en los Acantilados de Bandiagara. Los dogones se caracterizaban por vivir en los riscos, a donde llegaron huyendo de los cazadores de esclavos, una vez que expulsaron de allí a los Tellem, o pigmeos, otro pueblo que también se ocultaba allí pero para protegerse de los leones y otros depredadores que habitaban la zona. Ahora los dogones viven en la planicie donde cultivan y tienen animales. Y es hasta allí donde ahora me quiero trasladar. Sería el broche final a la visita que realicé hace ocho meses al Pais Senufo en Burkina Faso.
La tarde-noche la dediqué a recorrer la zona portuaria llena de lúgubres embarcaciones en pésimas condiciones de mantenimiento y habitabilidad, de todas las formas y tamaños. Todo está muy sucio, decadente, la gente casi se empuja para pasar por los estrechos espacios habilitados debido a la cantidad de puestos y mercancías de todo tipo y los innumerables vendedores y compradores que no caben todos juntos. Pero no deja de tener su encanto. Y me gusta. Sobre todo beberme alguna cerveza a la caída del sol en cualquiera de los dos bares-restaurantes que hay en el puerto (Bissap Café y Le Bozo).
Volver al hotel, casi a oscuras, por la avenida del río todas las noches ha sido memorable. La fresquita brisa que viene del agua, los pescadores haciendo la cena frente a un pequeño fogón sobre sus embarcaciones amarradas, alguna gente realizando su diario baño antes de acostarse, la tranquilidad del lugar debido al escaso tráfico, todo esto ha sido lo mejor de este pueblo
Uno de los días hice un paseo en canoa con uno de los tantos desquiciantes pseudo-guías que merodean la calle que se adentra hasta el hotel. Y llega a ser agobiante la cantidad de moscones que recorren esta zona tan turística y no dejan de incordiar. Y como no hay muchos extranjeros... pues a comerse lo que sea y como sea. El problema es que somos muy pocos guiris y muchísimos locales buscándose la vida. Todos los días los mismos, o más, ofreciendo las mismas atracciones: paseos en canoas visitando algunos poblados que habitan la zona central del río, navegar hasta que caiga el sol o visitar el país Dogón. Y hasta allí me llevaron, hacia unas comunidades tuaregs y bozos y luego a los artesanos de las piraguas en pleno trabajo. Que todo es muy interesante y tal, pero que es más de lo mismo que he visto estos meses por África. Todos quieren sacar buen tajo de los visitantes ofreciendo los mismos cachivaches turísticos. Al final el paseo en canoa a motor, de dos horas, costó 15.000cfa.
Comer en la calle se puede hacer en los pocos maquis que hay junto al río aunque todos tienen muy poca variedad. Por las mañanas, como casi todos, desayunar Nescafé con leche, te, refrescos, barras de pan con mantequilla o mahonesa, tortilla con cebolla, para luego, desde el medio día, pasar a pasta (espaguetis) con un poco de salsa concentrada de tomate y algo de carne. También algunas señoras por las tardes se instalan en el arcén con sus pequeños fogones donde ponen sus ennegrecidas sartenes para freír batatas, papas o manioca cortada en trozos y el pescado recién cogido.
Por la noche, al dejar de funcionar el servicio de las guaguas de larga distancia, comienzan a llegar algunas familias para instalar en los aparcamientos sus puestos con algo más de variedad. Arroz blanco, espaguetis, tô, judías "resequías", pescado frito o carnes en salsa. Pero si se quiere comer mejor hay que ir a alguno de los restaurantes y pagar precios más altos.